(www.historiafpmr.blogspot.com/2007/04/la-guerra-patriotica-nacional.html)
El
Concepto GPN
Algunos
documentos perdidos y apenas conocidos, más uno que otro fugaz rallado
callejero apurado e ilegible por la acción del tiempo es lo que queda acerca de
la Guerra Patriótica Nacional. En realidad poco se sabe de esta inusual
experiencia que vivió el FPMR en 1988. Ese año por primera vez se habló de
"guerra" con todo el peso multilateral de su significado y
consecuencias. Una concepción de "guerra" como vía única de solución
a la existencia de la dictadura.
Pero el
origen de la GPN se remonta a finales de 1984, cuando el FPMR diseñó el plan
estratégico de Sublevación Nacional, que pretendía lograr un levantamiento o
sublevación de masas que involucrara a toda la población. La culminación de
este proceso debería ser el copamiento por las masas de los principales centros
políticos del país.
Al
finalizar 1987 y en los meses del verano de 1988 la DN realizo un profundo
proceso de búsqueda y discusión para poder construir y desarrollar "el
instrumento político militar de la revolución". Proceso que culminaría en
abril de 1988 en una trascendente reunión que llevó el nombre de "José Valenzuela Levi".
A
diferencia del plan de Sublevación Nacional ideado en 1984 la guerra debía
darse en todo el país, haciendo clara referencia a las unidades guerrilleras
rurales y a la construcción de un ejército popular imposible de lograr en la
ciudad. Era parte crucial del éxito de la estrategia la participación de
"todos los patriotas".
"La
Dirección Nacional -según
el documento de esta reunión- está plenamente convencida de la
"prolongación de la dictadura" independiente a los resultados del
plebiscito convocado para octubre de 1988. Se tiene el firme convencimiento de
que la dictadura buscaría cualquier fórmula para perpetuarse en el poder".
Para el
FPMR-A la Guerra Patriótica Nacional era un proceso global e integral de lucha,
que combinaba lo militar, lo político y la movilización social, siendo el
accionar militar el factor principal para ganar la guerra.
Como es
por todos sabido en el citado plebiscito ganó la opción por el NO. Los
resultados de la votación rechazando a Pinochet desconcertaron a la Dirección
Nacional del FPMR- A. En los territorios urbanos las planificadas tomas de las
poblaciones se transformarían en felices marchas de milicianos junto a
pobladores que jubilosos saludaban el triunfo del No. No obstante este radical
cambio de la situación la Dirección Nacional del Frente mantiene la decisión de
irrumpir con las acciones rurales cambiando en corto tiempo los objetivos
iniciales de impedir la continuidad de la dictadura.
En ese
minuto ya se tenía previsto "irrumpir" con las acciones simultáneas
para presentar a la guerra como un camino irreversible a partir del
convencimiento de la continuidad del dictador en el poder. La decisión es
"atravesarse en el camino de perpetuación del régimen".
La
misión consistía en la toma y control de cuatro poblados rurales y en dos
territorios urbanos. "Neutralizar al enemigo, destrucción de sus
instalaciones, recuperación de medios y realizar propaganda y agitación en la
población".
Desastre
en Los Queñes
En
octubre de 1988 la Guerra Patriótica Nacional tuvo su expresión militar
concreta en cuatro operaciones simultáneas en diferentes puntos rurales del
país. El 21 de ese mes se produjo la ocupación de los poblados de Aguas Grandes
en el norte, de La Mora en la V Región, y de Los Queñes y Pichipellahuén en el
sur. En dos poblados no hubo resistencia alguna. En los otros dos la misión se
cumplió con enfrentamientos, pero sin costos inmediatos para los combatientes
del Frente.
En el
caso del asalto al poblado de Los Queñes fue la propia Cecilia Magni, la "comandante Tamara" quien se había
encargado de determinar el escenario, los integrantes que participarían, además
de conseguir apoyo logístico de cobertura para el posterior repliegue. Para
ello había comisionado a Juan Ordenes Narváez, "Daniel", quien le proporcionó planos
e informes de la zona. Mas tarde "Tamara" se reunió con un joven
sanfernandino que proveería de una parcela en el sector de "La
Rufina" donde los frentistas se refugiarían tras el ataque. Se trataba de
Claudio Araya Fuentes, quien pese a que no militaba en el FPMR, era un
entusiasta ayudista de la organización.
Los
dieciséis combatientes escogidos, liderados por Raúl Pellegrín, el "comandante José Miguel" y la
"comandante Tamara" se reunieron el día 19 de octubre, en el sector
de "La Gruta". Tras caminar alrededor de una hora y media llegaron al
lugar elegido para levantar el campamento. Estaban solo a dos kilómetros de Los
Queñes.
Los
siguientes fueron días de intensa preparación, donde se ocuparon de hacer
mantención al armamento que portaban y de fabricar una gran cantidad de armas
caseras. Para velar por la seguridad del grupo "José Miguel"
determinó que se minaran los alrededores del campamento, previniendo así la
posibilidad de ser descubiertos por sorpresa.
Incluso
el día 20 la comandante "Tamara", simulando ser una simple
excursionista, había visitado Los Queñes llegando a ser atendida en la posta
del lugar aduciendo malestares alérgicos. Todo esto con el fin de conocer en
terreno el lugar donde actuarían el día siguiente.
Al
anochecer del 21 de octubre los frentistas se dividieron en cuatro grupos, cada
uno con misiones específicas. El primero debía tomar por asalto el retén de
Carabineros y confiscar el armamento, el segundo debía apropiarse del
radiotrasmisor que había en la posta. El tercero debía llegar hasta el radio de
la hostería y cortar la única línea telefónica del poblado. En tanto el último
grupo se apostaría en la ruta de acceso para impedir una posible llegada de
refuerzos desde Curicó.
La
operación se desarrolló tal como los frentistas lo habían planificado, hasta
que el cabo Juvenal Vargas intentó oponer resistencia a la toma del retén. Esta
actitud, sumada a un certero disparo de uno de los frentistas, terminaron por
costarle la vida.
Luego
de incendiar el retén, los atacantes procedieron a rayar los muros con
consignas del FPMR, y emitieron proclamas revolucionarias por medio de un
megáfono.
La
huida se realizo según lo planificado. El contingente se dividió en tres grupos
para dificultar los seguimientos de la policía. "José Miguel" y
"Tamara" encabezaron uno de los grupos con rumbo a La Rufina.
Tras un
par de días de descanso, el panorama comenzó a complicarse cuando los
frentistas fueron detectados por carabineros que peinaban la zona, lo que
provocó la huida del grupo hacia los sectores que bordean el río Tinguiririca.
El 25
de octubre, la policía pudo dar su primera señal de triunfo exhibiendo a la
opinión publica a seis integrantes del comando que había actuado en el ataque,
quienes fueron identificados como Carlos Ríos Bassi, Richard Ledezma Plaza,
Miguel Angel Colina, Manuel Araneda González, José Luis Donoso Cáceres y José
Ugarte González, los cuales habían sido capturados el día anterior.
Pero el
golpe devastador se produjo tres días más tarde, cuando los cuerpos sin vida de
Raúl Pellegrín Friedmann, el "comandante José Miguel" y Cecilia Magni
Camino, la "comandante Tamara", fueron encontrados flotando en el río
Tinguiririca.
Según
las versiones policiales los lideres frentistas habrían perecido ahogados tras
tratar de cruzar el río a nado, siendo arrastrados por la corriente. Distintas
son las conclusiones a la que llegaron organismos de derechos humanos que
intervinieron en el caso, para quienes "José Miguel" y
"Tamara" fueron detenidos el día 27, para luego ser salvajemente
torturados y arrojados, en estado agónico a las aguas del Tinguiririca.
La
muerte de ambos comandantes provocó al interior del FPMR una fuerte
autocrítica, además de desmoralizar los ánimos de la gran mayoría de los
militantes, pues el "comandante José Miguel", aparte de ser el líder
indiscutido, había sido el principal impulsor de la Guerra Patriótica Nacional.
Solo
cuatro años más tarde, en agosto de 1992, el FPMR intentando superar un estado
de crisis casi terminal señaló al respecto: "Los hechos hoy nos
evidencian que a pesar de partir de un diagnostico acertado de continuidad del
sistema, llegamos a conclusiones erróneas, pues nos negábamos aceptar de que de
una u otra forma esto iba a repercutir y alterar la situación política y social
de Chile. Es más, en el fondo hicimos política como si nada hubiera cambiado,
ello nos llevó a ver una realidad que no era. Los resultados de estas acciones
hablan por si solos, pagamos un alto costo en lo humano, político y
militar".
Juicio
y Muerte a un Comandante
Caminar
de noche y dormir de día. Hasta esa tercera jornada la marcha estaba resultando
exitosa. El comando del FPMR que había atacado el reten policial de Los Queñes,
en la séptima región, lograba eludir el intenso cerco policial que se tendió en
la zona a las pocas horas de ocurrido el hecho. A pesar de que otros tres
poblados rurales habían sido tomados por comandos del FPMR aquella noche del 21
de octubre de 1988, el de Los Queñes fue distinto. Tuvo más atención, más
sensacionalismo, más sangre y fuego. Al intentar resistir la acción un
carabinero fue muerto de bala y el cuartel terminó convertido en cenizas.
Los
Queñes fue parecido a una revolución express y en ella tomó parte activa el
“comandante José Miguel”, líder máximo del FPMR, además de los comandantes
Tamara y Aureliano. Tamara era pareja de José Miguel y una de las mujeres mas
estimadas de la organización. Aureliano, en tanto, era un antiguo jefe a quien
apodaban Bigote.
Caminar
de noche y dormir de día. La marcha de ese día lunes había resultado
particularmente agotadora. El ruido de perros ladrando a lo lejos y
helicópteros sobrevolando a baja altura habían cesado por la persistente lluvia
que comenzó a caer en la zona. Juan Ordenes, conocido como "Daniel" -uno
de los combatientes que dos años atrás había participado como fusilero en el
atentado a Augusto Pinochet- andaba con un sombrero de ala ancha empapado, lo
que le daba un notable parecido a Sandino, el líder revolucionario
nicaragüense. Eso al menos le pareció a él, que tuvo ánimos para bromear con el
tema. Al rato le pidió prestada una libreta a Bigote y anotó; “En La
cordillera, con manta y chupalla, empezamos la revolución”.
Era el
comienzo de una nueva estrategia de lucha que perseguía, por medio de una
ofensiva del pueblo alzado en las ciudades y campos, ya no la derrota de la
dictadura, sino la toma del poder. Eso, en muy resumidas cuentas era la Guerra
Patriótica Nacional.
Ese
lunes durmieron a sobresaltos turnándose para la guardia. La lluvia no
amainaba. En la noche cuando llegó la hora de levantar el campamento, los tres
comandantes se reunieron a parlamentar en privado.
No hay
modo de saber con certeza lo que conversaron en esa reunión, celebrada en el
sector de Sierra Bellavista, en el límite sur de la sexta región. Dos murieron
y un tercero está desaparecido. Lo que es claro es que a partir de ese momento
el grupo de once combatientes decidió separarse en dos.
Uno, a
cargo de Bigote, partió hacia el norponiente, camino al fundo Las Peñas. El
otro a la cabeza de José Miguel y Tamara enfiló hacia el nororiente, bordeando
Río Claro, hacia el sector de La Rufina. Entonces la lluvia cesó y los perros y
los helicópteros volvieron a rondar. Pasaron cinco días y los cuerpos de José
Miguel y Tamara aparecieron flotando en las aguas del Río Tinguiririca.
Sobre
la suerte de Bigote, en cambio, no existe información pública. Lo que está
comprobado es que los cinco combatientes que tenía a su cargo fueron detenidos
por Carabineros y exhibidos a la prensa. Bigote apareció a los pocos días en
Santiago y contó que había logrado eludir el cerco policial de forma milagrosa.
A su
favor juega el hecho de que no fue el único que hizo lo propio. También Daniel
y otros dos integrantes de ese grupo de once consiguieron salir de la zona. El
hecho es que Bigote fue el único de su grupo que libró de la policía, y eso,
sumado a otros antecedentes que se irían sumando en el transcurso de los meses
sería motivo para una investigación por la responsabilidad que le cupo en las
muertes de José Miguel y Tamara. Las sospechas apuntaban a que Bigote había
entregado a los dos principales comandantes.
El
hombre no era un recién llegado. Luis Eduardo Arriagada Toro, el verdadero nombre de Bigote o el “comandante
Aureliano”, había nacido en San Felipe en 1950 y fue uno de los primeros en
tomar las armas contra la dictadura a mediados de los años setenta, cuando se
trasladó a Valparaíso.
Bigote
debía su apodo a un espeso bigote que combinaba con un peinado estilo Beatles
62. Tenía arrastre entre las mujeres, dominio de la guitarra y un vozarrón que
lucia en penas y actos benéficos. También tenia fuerza bruta y un arrojo
inusual en esos primeros años de dictadura.
Desde
esa época Miguel Cepeda, un antiguo dirigente comunista porteño, trató de cerca
a Bigote del que recuerda; “a través de las primeras acciones de los grupos
de combate, normalmente nos encontrábamos con los muchachos y comentaban que el
Bigote había deslumbrado por alguna razón”.
También
desde esa época, fines de los setenta, Cepeda comenzó a albergar sospechas
sobre Bigote. Hoy dice que los compañeros que andaban con el solían caer
detenidos e incluso desaparecer. Mucho después, en el verano de 1989, Cepeda
sería llamado a testificar en la investigación que sus antiguos compañeros de
armas siguieron contra Bigote en Viña del Mar.
Como
Miguel Cepeda, Héctor Figueroa Gómez o “Víctor” para sus compañeros del FPMR, llegó a
conocer de cerca a Bigote. Lo recuerda muy seguro de si, bien vestido y siempre
armado. Trabajaron muy de cerca especialmente a partir de 1984, cuando este
regresó de un viaje de instrucción militar a Cuba y fue designado jefe del FPMR
en la quinta región. Y nunca notó alguna actividad sospechosa, ni siquiera un
acto de indisciplina. Tenía mucho que decir al respecto pero no pudo testificar
oportunamente. Al momento en que Bigote fue juzgado, Víctor se encontraba en
prisión acusado de ser uno de los fusileros en el atentado a Augusto Pinochet en septiembre de 1986.
Víctor
fue condenado a muerte, después a cadena perpetua y por ultimo a una pena de
extrañamiento de 20 años en Bélgica. Mucho antes de viajar a Bruselas, escuchó
que Bigote fue juzgado y fusilado por sus propios compañeros de armas. Todos
los que entonces permanecían en la cárcel escucharon lo mismo.
Bigote,
que hasta 1986 y con el rango de “comandante”, había ostentado la jefatura de
la Región Metropolitana asumiría un papel destacado en el secuestro del Coronel Carlos Carreño en septiembre de 1987, y en
abril de 1988, de regreso de una temporada en La Habana, fue uno de los autores
del atentado en contra del fiscal Fernando Torres Silva.
Hoy, su
hermana Ada Arraigada muy pocas veces se refiere a Bigote en tiempo presente.
No se explica como su hermano pudo haber infiltrado a la organización si
siempre fue comunista y ni siquiera hizo el servicio militar. Ella además fue
testigo y cómplice de sus actividades en el Frente, y hasta donde sabe estuvo
involucrado hasta el último día.
Sin
tener una opinión concluyente sobre el tema, Víctor tampoco entiende porque un
infiltrado esperaría hasta Los Queñes para actuar en contra de la jefatura si
antes, siendo un alto jefe como lo fue, tuvo muchísimas oportunidades de
descabezar a la organización.
En la
actualidad, sobre el papel que le cupo a Bigote en Los Queñes, sobre el momento
en que salió del cuartel policial arrastrando a dos carabineros, y con la gorra
de uno de ellos ceñida a la cabeza, mientras a sus espaldas el retén comenzaba
a arder en llamas, muy pocos se pronuncian. Menos acerca de su supuesta
responsabilidad en las muertes de José Miguel y Tamara, que derivó en su
condena a muerte y posterior desaparición.
Para la
mayoría de sus ex compañeros de armas Bigote es hoy una figura velada,
fantasmal, de la que solo se habla en voz baja y tiempo pasado
La Toma
de Pichipellahuén
Además
de la ocupación de Los Queñes aquel 21 de octubre, el FPMR asesto otros golpes
en distintos poblados rurales del país. Uno de ellos fue en la localidad de
Pichipellahuén, en la novena región. A continuación entregamos el testimonio
del frentista que comando aquella operación.
Después
de la separación del Partido Comunista en 1987, la Dirección Nacional
del Frente Patriótico Manuel Rodriguez decidió que varios de nosotros nos
insertáramos en los territorios rurales del país. No recuerdo con certeza la
fecha, pero sí me acuerdo de las palabras de Raúl Pellegrín, José Miguel:
"...hay una zona de muchas tradiciones combativas en Curanilahue, Tirúa,
Lumaco, Traiguen, Nueva Imperial, Temuco para la costa ... Debes instalarte y a
la vuelta de unos meses, te contactaremos. Tu tarea es a largo plazo. Aquí
tienes plata para el bus, unos pesitos más, por si nos perdemos, y a la vuelta
de esos meses, debes tener donde recibir compañeros. Debes ser un paisano más
en esos lugares. Mándanos un lugar de contacto". Alguien dijo que no fuera
en ciudades. "En un monte", dije yo, "correcto", dijo José
Miguel, y agregó "Con comida y cafecito para no pasar frío. Ahora sigamos
la reunión".
Mientras
me esclarecía la misión, yo miraba el mapa con los pueblos que había nombrado,
y contaba los pesos. "¿Alguna cosita más?", le pregunté como si todo
eso fuera poco. "Sí. Ten charqui. Cómpralo en el Salto del Laja. Es súper
bueno". Luego, mas serio agrego "Tranquilo, veremos si te damos un
contacto de llegada y hermanos que se te unan. Lo demás es pega tuya".
Todo
esto sin el apoyo del Partido Comunista sería difícil. Había que construirlo
todo, es decir, buscar un lugar donde alojar, inventar la justificación de la
presencia de uno en el lugar, tratar de parecer una persona normal, no llamar
la atención, buscar un medio de subsistencia, conseguir amigos, etc. Eso y un
montón de cosas más significaban para los rodriguistas la orden:
"Instalarse en un territorio".
La estrategia política del Frente buscaba tener presencia combativa en todos los territorios del país, y para ello se requería que los cuadros se insertaran socialmente para desde ahí generar el accionar político-militar. Evaluamos que el accionar urbano estaba limitado en cuanto a poder contar con fuerzas organizadas y de mayor movilidad. Todo esto se enmarcaba dentro de la estrategia de Sublevación Nacional, que considerábamos que el Partido había desechado.
Compré
el pasaje en un bus, con todas las precauciones que significaba para una
persona que viajaba sin equipaje. Llegué al sur y salí del terminal de buses
como un lugareño cualquiera, o trataba de que así se viera. Sólo viajaba con
una molestia en la cintura, y un fierro de buena calidad. En el Frente había
órdenes que cumplir: "No permitir que lo arrestaran". Hubo compañeros
que la cumplieron con sus propias vidas. Después, si uno caía preso, había otra
orden: "No hablar". Hay muchos que fueron ejemplos a seguir en medio
de tantas torturas, y luego su principal misión era escapar. Varios compañeros
encontraron la muerte en ese intento.
Por lo
general los viajes eran normales y los míos siempre lo fueron. Llegué a Los
Ángeles, límite de "mi territorio" por el este y de ahí emprendería
viaje hacia la costa para adentrarme en la zona. Sería largo contar cada micro
que tomé y por los pueblos que pasé, pero finalmente llegué a Arauco y ese
sería mi centro de operaciones. Yo tenía experiencia guerrillera, y llevaba un
par de años clandestino. No era conocido y tenía mucha motivación.
Fijada
la fecha del plebiscito para el 5 de octubre de 1988, el FPMR ordena a sus
cuadros activar los planes de operaciones. A mediados de 1988, soy convocado a
Santiago e informo de la situación política de mi territorio. Llevaba meses
desde mi llegada a la zona sur, y ya era lugareño. Nos habíamos ido
organizando; armamos una jefatura, fuimos marcando sectores y muchos lugares
quedaron preparados para recibir compañeros, sobre todo en la Cordillera de
Nahuelbuta.
Al
terminar mi informe, se me ordena preparar la toma de un poblado en la zona
mapuche. Esa acción estaba enmarcada en nuestra estrategia político-militar de
Guerra Patriótica Nacional (GPN), que iría acompañada de otras acciones en el
territorio nacional. El plebiscito podría sacar a Pinochet del poder, pero
legitimaría la institucionalidad instalada a sangre y fuego por los militares y
las fuerzas políticas derechistas. En otras palabras, el poder económico y
militar sería asegurado por la derecha.
La
salida negociada se estaba preparando desde antes del 5 de octubre, y como el
propio juntista Matthei confirmó después, el plan de Pinochet era desconocer
los resultados del plebiscito e imponer el estadio de sitio, recrudeciendo
nuevamente la represión. En ese contexto, que ya intuíamos, nuestra intención
era actuar si se desconocían los resultados.
Al
regresar a la zona, activamos los reconocimientos y llegamos a la conclusión de
que el pueblo que podíamos tomar con las fuerzas posibles de movilizar sería
Pichipellahuén, cerca de Capitán Pastene, en la novena región. Informo de esa
propuesta, y después de muchas discusiones es aceptada. Se me pide esperar
hasta que se decida quiénes participarían en la misión. Yo tenía esperanzas de
participar debido a mi conocimiento del territorio, pero debía esperar.
No sé
cuanto tiempo pasó, pero un día llegó un mensaje: la Dirección Nacional del
FPMR había decidido la fecha de la acción y se me había designado jefe. Yo
estaba confiado de que podía estar en las filas de los combatientes, pero me
impactó saber que sería el responsable de toda la acción: entrar, tomar el
pueblo, retirar las fuerzas, volver a la normalidad sin ningún tipo de bajas.
Encarecidamente se me pide que no debíamos tener bajas; la misión en concreto
era tomar control del pueblo, y esto implicaba copar, neutralizar las fuerzas
represivas, propagandizar nuestras ideas y retirarnos.
Un
compañero mensajero me entrega un contacto para recoger los medios que
utilizaríamos. Ya teníamos la zona preparada para recibirlos, y decidí, como
era la tónica de los jefes rodriguitas recogerlos personalmente, que el resto
de los hermanos debían seguir haciendo lo que estaban haciendo. No era el
momento de informar los detalles de los planes futuros.
Recuerdo
claramente como si fuera hoy, cuando inicié la caminata por una calle de
Nacimiento, con la señal convenida. El contacto para recibir los medios, el que
venía con la señal de normalidad en sentido contrario, era José Miguel.
"¿No te parece, jefe, que tú no debías venir a buscar estos regalos?"
me preguntó. "¿Y cómo estamos por casa?", le respondí. Nos dimos un
gran abrazo, y como era su costumbre, me preguntó cómo estaba, cómo me sentía,
y nos fuimos por ahí a almorzar. No sabía que sería la última vez que lo vería.
Terminado el almuerzo, decidí partir y me dijo: "¿Crees que te voy a dejar
botado aquí con todas esas cosas?" . Yo me trasladaba en buses, pero esta
vez él me llevó y me dejó cerca de mi territorio.
Seguimos
hablando de distintos temas, como de Moisés Marilao, oficial mapuche internacionalista muerto en un
enfrentamiento en Temuco. Yo consideraba que ocupaba el lugar que le
correspondía a él. Ante esa opinión, José Miguel me dijo algo como:
"Cuando vamos a un combate, debemos ir con la fuerza de todos, los
presentes y los ausentes".
Al
despedirse, me dijo que después de terminada la tarea, nos comeríamos un pollo
al coñac. Estábamos todos invitados por el querido "Huevo", Roberto Nordenflycht.
Siempre he pensado, ¿por qué diablos no le pregunté si él iría a alguna de las acciones programadas? Fue algo tácito entre todos los hermanos que no era necesario que él y otro jefe se expusieran. Me queda claro hoy que las decisiones importantes en la vida de una organización, no la deben tomar sólo una o dos personas.
Siempre he pensado, ¿por qué diablos no le pregunté si él iría a alguna de las acciones programadas? Fue algo tácito entre todos los hermanos que no era necesario que él y otro jefe se expusieran. Me queda claro hoy que las decisiones importantes en la vida de una organización, no la deben tomar sólo una o dos personas.
El 4 de
octubre los rodriguistas estuvimos acuartelados en ciudades y montañas, a horas
de nuestros objetivos. Pensábamos que se concretaría el fraude, pero esto no
sucedió. Escuchamos el triunfo del "No" en una zona montañosa
mapuche, con las fuerzas listas para actuar. Esta situación, el triunfo del
"No", significaba no operar y debí recontactarme con mis jefes
superiores. A la semana estaba reunido con ellos, y se pidió mi opinión. Yo
dije sin titubear un segundo que se debía operar igual. Lo dije para enfatizar
que consideraba que la situación de la represión y el poder de la dictadura no
habían cambiado.
"Todos
los jefes piensan como tú respecto de actuar", me dijeron, "pero con
respecto a porqué hacerlo, tiene que ver con cosas mucho más profundas de las
que tú piensas. No es sólo una cosa de voluntad". El jefe me quedó
mirando. "Mira, hermano, vamos a actuar el 21 de octubre, vamos a
demostrar que no aceptaremos que se negocie la salida de la tiranía a espaldas
del pueblo. Están vendiendo el futuro de nuestro pueblo, se está negociando
todo. Pensamos que el pueblo quiere cambios reales y no una repartija de poder
bajo las sombras. Manuel golpeará el 21 de octubre y el éxito de la misión de
ustedes es parte de ese puño justiciero", dijo.
No me
atreví a bromear con el asunto del pollo ofrecido por Eduardo. La situación
estaba tensa. Volví a mi zona y en un lugar de Purén en la Cordillera de
Nahuelbuta, informé a mi jefatura, compuesta por mapuche y afuerinos. Nadie
conocía la acción principal, ni menos que sería parte de un golpe mayor de
Manuel. Se decidió hacer un apagón diversionista en Temuco, y un jefe partió
con esa misión. Otro hermano recogería a un grupo que vendría del norte;
también se retiró y el resto partimos a la zona de Capitán Pastene, por
diferentes medios.
A la
base que pasamos el 4 de octubre llegamos los que participaríamos en la toma
del pueblo. El destacamento era principalmente mapuche; eran buenos
combatientes. Nuestra base contaba con todo lo necesario para estar varios
días: área de dormida, almacén de medios, de cocina, de aseo, de ejercicios,
pozos de tiradores y puntos de observación y vigilancia. Según los afuerinos,
nuestra base era secreta e impenetrable, y sinceramente lo creíamos.
Días
antes del 21 de octubre, planificamos de nuevo la toma del pueblo. Ya no
teníamos contacto con el resto del Frente a nivel nacional. Las cartas estaban
tiradas y lo único que comentábamos es que no fallaríamos. Para la toma de
Pichipellahuén, seríamos 15 combatientes en la fuerza central y 6 en la fuerza
de apoyo combativo cercano. Estos últimos regresaron del reconocimiento; su
misión era cortar el acceso lejano al pueblo varios kilómetros, y actuarían
independientes de la fuerza central. Esto impedía el apoyo al retén y aseguraba
nuestra salida de la zona. Otros seis brindarían el apoyo diversionista cerca
de Temuco.
La noche
anterior a la partida, regresó el hermano encargado de recoger al grupo del
norte sin ellos. No llegaron o no se encontraron, nunca se supo. Eso obligó a
cambiar los planes: la fuerza central quedó compuesta por sólo 10 combatientes:
seis combatientes sin experiencia, cuatro con formación militar. De estos
últimos, dos contaban con formación militar regular y dos con formación militar
irregular.
Debo aclarar aquí que aunque hubiéramos sido dos o uno, puede ser locura, pero nosotros cumpliríamos nuestra misión, eso no estaba en discusión.
Debo aclarar aquí que aunque hubiéramos sido dos o uno, puede ser locura, pero nosotros cumpliríamos nuestra misión, eso no estaba en discusión.
Llegó
el momento de la partida, y nunca lo olvidaré. Despedimos a los compañeros de
la fuerza de apoyo, eran todos mapuche y me impactó su fuerza. Cumplirían su
misión, no cabía duda. Abracé a cada uno de ellos, y creo que de ahí me quedó
la costumbre de abrazar a cada hermano siempre que se pueda, como muestra de
cariño y de hermandad, algo como "tu suerte es la mía hermano",
expresada en un abrazo.
Llegamos
a una explanada y un oficial mapuche me detiene y me dice, "Jefe, mi gente
quiere despedirnos". "¿Qué estás diciendo?", le pregunté.
"Sí, jefe. Desde que nos decidimos a actuar, ellos nos han estado
apoyando, y su fuerza va con cada uno de nosotros, incluso ustedes que no son
mapuche", me explicó. Nos miramos los otros tres afuerinos y antes de
poder responder estábamos rodeados por una gran cantidad de personas de todas
las edades. Formé al grupo. Estábamos armados y nos pusimos frente a ellos. La
luna estaba muy clara, se veían los rostros, y con unas ramas de árbol una
mujer vestida con adornos mapuche me rodeó, diciendo palabras que no entendía y
dándome pequeños golpes con las ramas. Luego, siguió con cada combatiente. Un
viejito nos dijo: "No fallen. Mantengan la calma, eso les hará pensar
bien. Todos estamos con ustedes, la naturaleza los cuidara".
Los
afuerinos éramos objetos de mucha atención y cariño, y yo no salía de mi
asombro. Miré la hora y no sé cuánto tiempo había pasado, pero di la orden:
"¡Nos vamos!" Formamos columna en orden de marcha y quedamos solos
los diez combatientes. Los mapuches desaparecieron y partimos a cumplir con
nuestra misión.
Debíamos
caminar toda la noche y lo hicimos. El paso del guía era rápido pero llevable.
Cada combatiente vestía uniforme verde olivo, portando fusil, alimento personal
y buenas botas de goma. Llegamos al amanecer del 20 de octubre a las
inmediaciones del objetivo, organizamos el campamento, preparamos los
explosivos, y esperamos. Ya conocíamos en exploraciones anteriores que el lugar
elegido era tranquilo, que con mucho cuidado podíamos trabajar de día.
Observamos el pueblo, su vida cotidiana, el retén, el vehículo policial, todo
tranquilo.
Atacaríamos
de noche el 21 de octubre. Cuando ese día comenzó a oscurecer, juntamos a todos
y nos dimos fuerza. La orden de combate era organizarnos en dos grupos que se
mantenían a la vista. Llegamos a las cercanías del pueblo, y comenzó a llover
de una forma impresionante. Quedamos empapados inmediatamente, hacía mucho
frío. Nos cruzamos con algunos lugareños que nos miraban y seguían de largo. La
lluvia y la noche nos protegían.
En la
casa aledaña al cuartel encendimos la carga potente que preparamos en el
campamento. Nos acercamos y entre dos hermanos lanzaron la carga al techo de
tejas del cuartel con excelente puntería. En la ventana del cuartel que daba a
nosotros se asomó un policía, nos miró y se ocultó. Seguramente el ruido del
golpe de la carga en el techo los había alertado. Con preocupación mirábamos el
techo, no veíamos humo. La lluvia lo apagó, nos decíamos, y nos dispusimos a
atacar.
Reapareció
el humo y retrocedimos. Fueron minutos interminables. Nos protegimos y sentimos
la explosión que fue tremenda. Todo el techo voló por los aires. De acuerdo al
plan, salí en dirección a la puerta y los otros hermanos ocuparon puestos
laterales. Empecé a disparar parado frente a la puerta, pero no salió ninguna
bala. Se había trancado el fusil de mierda... Lo destrabé y con el hermano que
me acompañaba empezamos a disparar. No se veía un alma. El resto de los
combatientes se acercó al lugar donde debía estar el vehículo, pero no estaba
ahí.
Se
apagaron todas las luces en las casas del pueblo, que tenía una ancha calle
principal. Los policías, cuyo número nunca supimos, habían escapado por la
puerta posterior. Esto lo presumimos, porque no quedó ningún alma y el cuartel
estaba destruido. Entramos solamente a la primera sala, porque más allá no se
podía pasar por los escombros. En vista de eso, salimos y disparamos al aire.
Los hermanos mapuche empezaron a gritar consignas en su vocablo. Estaban
enardecidos, gritaban "¡Viva Leftraru!, ¡Leftraru, somos tus hijos!"
Gritábamos todo tipo de consignas, hasta garabatos, la madre de Pinochet fue la
más mentada.
No
paraba de llover. Bendita la lluvia, me decía, era la naturaleza que nos protegía.
Pero los volantes que lanzábamos al aire quedaban embarrados inmediatamente.
Fuimos a la escuela y después seguimos por la calle principal. Habíamos
cumplido la misión: teníamos control del pueblo y las fuerzas represivas se
habían hecho humo.
Pasado un tiempo, que sinceramente nunca he sabido cuánto fue, nos reagrupamos y ordené la retirada. Del cuartel nunca más se supo y partimos en retirada.
Debíamos
estar a una distancia considerable cuando amaneciera. Salimos en columna del
pueblo y luego de unas horas de marcha, nos juntamos en un círculo a la luz de
la luna y la lluvia, y nos separamos en distintos grupos: cuatro nos retiramos
en una dirección y seis en otra. Fue emotiva esa separación.
Mi
grupo de cuatro hermanos debía caminar tres noches para estar en un lugar
seguro. Al amanecer de la primera noche, por radio nos enteramos que ya se
sabía la noticia en todo Chile y eran cuatro poblados los controlados por el
FPMR: La Mora, Aguas Grandes, Pichipellahuén y Los Queñes, además de una serie
de acciones en Santiago. Recién entonces dimensionamos en lo que habíamos
participado. Pensamos en los compañeros de las otras acciones, cómo estarían,
sentíamos orgullo de ser del Frente.
Durante
el primer día de retirada debimos cambiarnos la ropa mojada y dormimos
envueltos en unos plásticos sin ropa para generar calor. La segunda noche de
retirada el camino era con muchas subidas, no nos podíamos las piernas. De
nuevo, de día permanecíamos inmóviles. La última noche llegamos, no sin
dificultades, al punto en que tomaríamos un bote en un lago. Remamos varias
horas y llegamos a la base de retirada, limpiamos el armamento, dormimos un
rato y salimos a un camino donde a los dos últimos nos recogería un vehículo,
pero ya vestidos de paisanos y con los medios protegidos en un buen escondite.
A la
señal convenida, apareció el vehículo y salimos para mi zona. Yo debía partir a
Santiago al encuentro con José Miguel y los demás jefes. Debo haber llegado a
Santiago alrededor del 26 de octubre. Estaban presentes todos los encargados,
pero de Los Queñes no llegó nadie. José Miguel no llegó, y ahí por boca de otro
jefe me enteré que él había participado en Los Queñes. Estábamos molestos con
su decisión, pero preocupados por su tardanza.
Intercambiamos
opiniones de las acciones realizadas y seguimos esperando al Jefe, que nunca
llegó a la cita. Días después, leímos en un diario que había aparecido muerto
con Tamara en un río. La noticia nos golpeó duro. Jose Miguel consideró que
debía participar para dar el ejemplo -esta operación era de jefes, porque
implicaba una apuesta de futuro. Hoy a los años, lamento la decisión de José
Miguel de participar directamente en las acciones, no había sido necesario. La
idea rodriguista quedó impregnada en el pueblo. El Frente que yo conocí fue como
Manuel Rodríguez -salió un día y no volvió más- aun está en el corazón del
pueblo.
Como
revolucionario, justifico las acciones del 21 de octubre. Demostramos que
podíamos llevar la lucha contra la dictadura en diferentes territorios del
país. Pinochet fue obligado a respetar la agenda ideada para nuestro país por
Estados Unidos en conjunto con las clases dominantes en Chile. Gran parte de
nuestro pueblo no entendió nuestro accionar ese 21 de octubre de 1988, y creo
que hicimos poco para dar a conocer nuestros objetivos, o no pudimos hacerlo.
La muerte de Raúl Pellegrín fue un gran golpe, pero hoy en día el pueblo es el
único que puede juzgarnos.