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Víctimas del Terrorismo No Reconocidas



VÍCTIMAS DEL TERRORISMO QUE NO SE CONOCEN Y SIN DD.HH



(www.despiertachile.cl, 1 Marzo, 2009, DCHpress, Verónica Larraín B.)


En el último tiempo, con motivo del “aparecimiento” de algunos de los llamados oficialmente “desaparecidos”, este tema ha vuelto a estar en primera plana en los medios de comunicación.
Pero estos “desaparecidos” son sólo los de un lado, que obviamente, es el lado izquierdo. De ellos, nunca se ha informado, lo que estaban haciendo los 30 días antes de “desaparecer”. A estas alturas, es de suponer que nunca lo sabremos.


En todo caso, hay otros cientos de chilenos, de los que nunca se habla. Son aquellos que fueron víctimas del terrorismo marxista. En la práctica, desaparecieron sus nombres y sus circunstancias, porque esta materia no le conviene resucitarla a la Concertación.


En la obra de Rafael Valdivieso Ariztía: “Crónica de un rescate (Chile: 1973-1998)”, se informa de muchos de estos casos.
A continuación, transcribo algunos de ellos.


En toda esta larga etapa de violencia, iniciada según dijimos por el MIR el año 1965 y acrecentada después en la forma ya descrita, innumerables son las víctimas que cubrió el silencio, cuyo anonimato se esconde aún más en las cifras recogidas al término de cada enfrentamiento, al finalizar las “jornadas de protesta”: tantos muertos o tantos heridos. Cuando carecen de afiliación política o de coloración ideológica, cuando son neutrales, cuando se trata de viandantes pacíficos
o de trabajadores empeñados sólo en asegurar el sustento de los suyos, no suscitan el interés de nadie. No se ocupan de ellos los comentaristas, los cronistas, los fotógrafos o los camarógrafos de los medios de comunicación, tampoco inquietan a los organismos internacionales preocupados de los derechos humanos; sus nombres, salvo rarísimas excepciones, no aparecen en los órganos de prensa nacionales o extranjeros; no se les dispensa la compañía, los gestos o las actitudes solidarias de agentes diplomáticos o de pastores. Y son personas, seres humanos. Pero por ser sólo eso, por carecer de sello, ficha o librea, no promueven la protección institucionalizada. Y, con poco se averigüe la suerte de estas víctimas calladas del terrorismo, se muestra en toda su estremecedora realidad.


El 24 de marzo de 1980, KARINA DEL ROSARIO FERRADA CARRASCO, de nueve años aún no cumplidos, regresaba de su escuela en compañía de otros dos niños, Pamela y Orlando José Sáez, de ocho y once años de edad respectivamente. Al pasar junto a un poste cercano al retén de Carabineros de “La Pincoya” (Conchalí), una bomba colocada allí, dentro de un tarro de leche, estalló, dándole de lleno al pequeño grupo. Orlando murió en el sitio, Pamela sufrió graves quemaduras, y Karina del Rosario resultó con gravísimas heridas en la cara, cuello y tórax. Debiera ser hoy una mujercita con su instrucción básica completa, capaz de acariciar más de alguna ilusión. Su apariencia física quedó por desgracia tan maltrecha y su cara tan desfigurada, que debió abandonar la escuela y esquivar toda compañía, resignarse a un alto grado de analfabetismo y someterse a sucesivas intervenciones de cirugía mayor, para reparar su rostro y su cuerpo en alguna medida. En todo caso, quedó absolutamente incapacitada para ganarse el sustento.


NORA ROSA VARGAS VEAS, modesta madre de dos niños, realizaba el 28 de octubre de 1985, como de costumbre, sus tareas de aseadora en las oficinas de la United Trading Company. Ese día cumplía veinticuatro años de edad, pero el aniversario le resultó trágico, pues un artefacto explosivo, depositado en ese local por terroristas, estalló, arrancándole el pie y parte de la pierna derecha y causándole gravísimas lesiones en la izquierda. En estado agónico y con anemia aguda fue llevada a un centro asistencial, donde fue preciso amputarle ambas extremidades, quedando naturalmente, inválida y dependiente de la asistencia social que se le ha podido dispensar.


PEDRO SIMÓN MUÑOZ ARAOS trabajaba, cuando las “protestas pacíficas” de noviembre de 1985, como chofer-relevo de un taxi colectivo. Debía hacerlo: no podía prescindir de un ingreso diario, indispensable para mantener a su familia compuesta de mujer y cuatro hijos. Para los organizadores de esa jornada tal actitud no tenía perdón, pues habían llamado también a un paro laboral. Como el país continuó marchando y la locomoción prestando sus servicios, la frustración de los convocantes dio paso a la violencia. Un atentado incendiario detuvo y destruyó el taxi colectivo de Muñoz. También quemó el setenta y cinco por ciento de su cuerpo. Sobrevivió, y eso que no recibió más asistencia médica que la ordinariamente  dispensada en nuestros servicios de salud. Nadie puede manejar el destino ni penetrar ese arcano que los creyentes denominan “inescrutables designios de la Divina Providencia”, pero la vida de Pedro Simón Muñoz (si vida puede llamarse) se trastornó; perdió su faz humana (en su cara achicharrada, carente de nariz y orejas, se destacan sólo sus ojos); su familia tomó otro camino; no se atreve a mostrarse y debe mantenerse inactivo; necesita cirugía plástica mayor, pero hasta el momento no se le ha podido someter a las intervenciones correspondientes.


Otra víctima de la libertad de trabajo es FERNANDO GUZMÁN VEGA. El 24 de mayo de 1986, fue asaltada por extremistas la garita de la línea Cisterna-Mapocho, en la que se desempeñaba como inspector. En la balacera provocada por los atacantes, un proyectil le penetró el tórax por la axila derecha, le perforó el pulmón y le impactó la columna vertebral, fracturándole dos vértebras. Quedó parapléjico y laboralmente incapacitado.


Dijimos más atrás, que en la jornada de protesta (por cierto “pacífica”) a que convocó la Asamblea de la Civilidad el 2 de julio de 1986, apareció el empleo de ácidos corrosivos como nuevos elementos de amedrentamiento. Al día siguiente de la fecha indicada -el 3-, GUILLERMO FARÍAS PIZARRO cumplía sus obligaciones como inspector de la línea de buses San Cristóbal La Granja, sin imaginar seguramente que en su cuerpo quedarían para siempre las huellas de tan salvaje medio. Un grupo de terroristas lanzó al interior del vehículo en que se movilizaba, varías botellas con ácido, el que al caer sobre su cuerpo le quemó un tercio del mismo, destruyendo la piel de su rostro, tórax, brazos y manos. Las múltiples intervenciones quirúrgicas de que ha sido objeto, no han conseguido hasta ahora restaurar su fisonomía ni rehabilitarlo por completo, de manera que a contar del día del atentado, se encuentra con licencia médica y, como puede suponerse, ha visto considerablemente reducidos sus ingresos económicos, con los graves problemas que son de imaginar para su grupo familiar, compuesto por su mujer y dos hijos pequeños.


El mismo año 1986, en la protesta realizada el 5 de noviembre, la barbarie terrorista cobró otra víctima modestísima: ROSA RIVERA FIERRO. Casada, de 37 años de edad, se hallaba encinta desde hacía cuatro meses, cuando sufrió el atentado en un bus expreso de Viña del Mar, al que se lanzó una botella de gasolina inflamada. El artefacto le dio en el rostro, derramándose además su contenido sobre el vientre y las piernas con los efectos que son de suponer. Llevada inconsciente al hospital local, sufrió en él una agonía de 54 días, durante la cual perdió la criatura que llevaba en su seno, por efecto de un aborto espontáneo derivado de la gravedad de las lesiones sufridas. Falleció el 29 de diciembre.



Más afortunado fue, quizás, MIGUEL ÁNGEL CONTRERAS GARAT, pues murió en forma instantánea, al ser alcanzado por una bomba lanzada por terroristas contra el Banco del Estado, comuna de San Ramón, el 18 de noviembre de 1986. Vendedor ambulante de café, Miguel Ángel carecía de previsión, de suerte que su familia, integrada por mujer y seis hijos de uno a diez años de edad, quedó en la orfandad y en el abandono más completo, situación que pudo superarse gracias a los auxilios de tipo social que le brindaron las autoridades.


Todos estos mártires del terrorismo, cuyas historias se han narrado, ¿eran acaso contendientes en algún conflicto? ¿Representaban una amenaza para alguien o para algo?, ¿realizaban al momento de ser victimados alguna actividad ilícita? No, nada de eso. Eran simples seres humanos -niños algunos-, tranquilos, inofensivos, preocupados sólo de asegurar la subsistencia para sí y los suyos. No provocaban desórdenes, no vociferaban consignas, no perjudicaban a nadie. Quedaron, sí, por obra de la acción bárbara y brutal del terrorismo, muertos, monstruosamente desfigurados, heridos o incapacitados, sin que nadie voceara una protesta, ni siquiera pacífica. Son las víctimas calladas del extremismo.


Casos análogos a los narrados los hubo por miles en Chile, desde 1973, cuando el MIR, primero, el rodriguismo, después, y los “Lautaro”, por último, orquestaron su “propaganda armada” contra el Gobierno Militar. Sucede simplemente, como dice Valdivieso Ariztía, que ellos no han interesado a los o a las periodistas que suelen ocuparse acuciosamente de las violaciones a los derechos humanos….

Estas siete personas, víctimas de la violencia terrorista, son sólo un botón de muestra de los miles de chilenos que fueron afectados de una o de otra manera por el terror marxista: muerte, heridas, incapacidad física, deformación de sus rasgos, afecciones sicológicas, etc., etc. Esos son los otros, para ellos no se creó ninguna comisión especial, ni Rettig, ni Valech, ni nada. Apenas unos pocos, son mencionados en el informe Rettig, como, “víctimas de la violencia política”. Violencia política, ¿de quién? No se especifica nada al respecto. Pero todos sabemos, que el término “violencia política” es un eufemismo, para no señalar directamente la verdadera causa: “víctimas del terrorismo marxista”, es decir, del MIR, del PS, del PC, del FPMR, del Lautaro, de los dirigentes de los partidos políticos que llamaban a las “protestas”, que hoy y desde marzo de 1990 tienen asientos en el Congreso Nacional, en La Moneda, en los Ministerios, en las Empresas del Estado, en la Administración Pública, etc. Y además, cuentan con fuerte apoyo en el Poder Judicial.


Los que combatieron a estos terroristas, o están presos, o están procesados, es decir, en vía de ser condenados, con absoluto desprecio de la legalidad vigente, que como todos sabemos, no se cumple en tales casos.


Por otra parte, los terroristas que fueron condenados como tales y estaban hasta el término del Gobierno Militar, procesados o condenados, fueron todos, sí, todos, indultados a partir del día siguiente a haber asumido como Presidente, el innombrable, el “camaleón” que intervino dolosamente en el Poder Judicial para “insinuar”, que la Ley de Amnistía no debía aplicarse a los militares.

Vaya mi personal homenaje a quienes combatieron al terrorismo marxista, es decir, a los soldados de Chile y  a las víctimas ignoradas del terror rojo.