LA PERVERSIÓN
MORAL DEL SIGLO XX
EL REINO DE MAMMÓN
(www.conviccionradio.cl, 3 de Enero de 2008, Tomado de Los Signos del
Anticristo de Ricardo de la Cierva)
LA MORAL ANTE LA HISTORIA
En los capítulos anteriores hemos encuadrado la detección de la cadena gnóstica y la cadena de los anticristos dentro de un esquema histórico centrado preferentemente en el campo de las ideas. Al abordar ahora este libro quinto de nuestra reflexión, debemos ampliar y profundizar la mira y situarla sobre el terreno de la moral. Vamos a movernos, en este libro quinto, en ese campo moral concebido con mucha amplitud; nos vamos a referir al mundo de las costumbres, regidas teóricamente por normas de comportamiento; a la perversión de esas costumbres y esas normas; a las amplísimas relaciones que produce en tos seres humanos la disolución de esas normas; de donde necesariamente nos orientaremos hacia una de las perversiones más extendidas, la primacía absoluta y el reinado e incluso, según el Evangelio, la deificación de Mammón, el ídolo del dinero, el renovado Becerro de Oro. No quisiéramos incidir en actitudes mojigatas; nos gusta una moral en términos de alegría y de libertad, pero también en un contexto de reglas y orientaciones imbuidas de un auténtico espíritu cristiano, que se basa en el amor, pero también en el sacrificio. Uno de los aspectos más peligrosos en el ateísmo de nuestro tiempo es que ha invadido anárquicamente el terreno moral, lo que significa un abandono completo de la antigua y vivísima teoría perenne de la ley natural, es decir, la ley de conducta marcada por Dios en el corazón de los hombres. Si desaparece Dios, se disuelve la ley natural y desaparece con ella la moral, que mediante un proceso de secularización se ve sustituida desvaídamente por algo indefinido llamado ética, muy altisonante en teoría, pero tan deleznable en la práctica que como asignatura optativa en la enseñanza media española del socialismo puede sustituirse con el edificante juego del parchís.
En la época actual, es decir, a lo largo del
siglo XX, la práctica de la moral y, lo que es peor, los criterios y las normas
morales han sufrido un evidente y galopante deterioro. Cualquier observador
serio que intente un análisis de nuestra época llegará a concluir que nos
hallamos en un claro período de corrupción general. Nunca se ha valorado menos
la vida humana; en el siglo XX se han cometido, en muy diversos escenarios,
crímenes contra la Humanidad de los que unos han sido denunciados y reprobados
e incluso castigados; otros, que han ocurrido en los años finales del siglo e
incluso en la actualidad más próxima, siguen ostentosamente impunes, como casi
todos los cometidos en las guerras tribales africanas, los de China, los de
Cuba o los de la antigua Yugoslavia. No hay mayor degradación de la moral que
el desprecio a la vida humana y ese desprecio es una característica
especialmente trágica del siglo que termina cuando se escriben estas líneas. En
la esfera pública la corrupción, el abuso de poder y la perversión de la
justicia son rasgos generalizados en autocracias o en democracias. En el vasto
campo de las relaciones humanas, los criterios morales no solamente se han
relajado, en muchos casos, incluidas las naciones que se dicen civilizadas,
parecen haber desaparecido. El abominable crimen del aborto está legalizado en
casi todas partes, y su práctica sistemática se disfraza como muestra de
libertad. La simple mención de la fidelidad matrimonial, la defensa de la
familia y la moral sexual suscita no ya rechazos, sino carcajadas. Vamos a ver
muy pronto algún caso para comprobar cómo se aplica la moral en el programa de
importantes partidos políticos con peso decisivo en el mundo.
Dentro del mismo campo católico, que
considera a la moral como una parte sustancial de la filosofía y la teología, han
caído por los suelos buena parte de las defensas morales y de las prácticas
morales, mientras una parte importante de los llamados teólogos moralistas ha
pasado a situación de abierta rebeldía, de la que vamos a ofrecer ejemplos bien
concretos. Cuando estaba plenamente vigente el ideal clásico, es decir griego y
romano, aquellas sociedades, consideradas entonces y después como arquetipo y
canon de la Humanidad, cayeron en tal degradación que fueron destruidas por
fuerzas y pueblos exteriores, hasta el aniquilamiento; y la corrupción
generalizada se ha aducido siempre por la Historia como motivo para ese trágico
final.
La historia bimilenaria del Cristianismo
se integra también en la historia general del hombre como lucha entre el bien y
el mal, la luz y las tinieblas. Hemos idealizado, con razón, la época de los
primeros cristianos porque sus múltiples defectos y perversiones humanas se
ennoblecieron con la permanente confesión de la fe y la continuidad de la
Comunión de los Santos. Un contraste semejante de luz y de tinieblas se hizo
ostensible en la Edad Media, donde en medio de terribles períodos de
degradación, como los Siglos de Hierro (octavo al décimo), atravesaron un
camino de iniquidades salvado por las constantes apelaciones a la Reforma,
intentada y luego desvirtuada muchas veces. El Humanismo y el Renacimiento
fueron fuentes de cultura, pero también de perversión que se quiso corregir
mediante las dos Reformas, la protestante, que rara la Iglesia católica acarreó
la herejía más peligrosa y decisiva de la Historia, y la católica, que sin duda
revitalizó a la Iglesia en todos los aspectos.
Con lo que llegamos al siglo XVIII, donde
se concitó en Occidente una ofensiva general de la cultura dominante sobre la
fe a la defensiva y el combate religioso no se planteó exclusivamente contra la
Iglesia, sino contra el mismo Dios. El protestantismo se desintegraba
inexorablemente a lo largo de los tres siglos de la Edad Contemporánea, pero no
prescindía de la moral; en su seno vivió Immanuel Kant, para quien el
imperativo moral salvó de una metafísica oscura y gnóstica nada menos que a las
grandes ideas de Dios, el alma y el mundo. En el siglo XIX la moral se
convirtió demasiadas veces en hipocresía; pero dentro de las iglesias
cristianas nunca degeneró en desenfreno y, aunque podía fallar la práctica, se
mantuvieron firmes los criterios. Así se mantuvo más o menos la situación hasta
la segunda mitad del siglo XX.
LOS TEÓRICOS DE LA PERVERSIÓN MORAL EN EL SIGLO XX
El foco más virulento de perversión moral en la época contemporánea es, sin duda, el marxismo, porque en su intento loco y suicida de arrancar de los hombres la idea de Dios, priva a los hombres del principal apoyo y fundamento de la moral. A mi modo de ver, puede existir sentido moral fuera de la Iglesia católica y aun fuera del cristianismo; pero no sin Dios y menos contra Dios. Al suprimir a Dios, el marxismo cayó o generó las situaciones más antihumanas de la Historia, los crímenes más sistemáticos y más crueles. Cuando la fe decae la moral se difumina. La ética -que etimológicamente se refiere a las costumbres, es decir, a la rectitud de las costumbres- no puede en la práctica, si se la priva de Dios, sustituir a la moral. Entre nosotros se llama ética a la moral que puede aplicarse a los hombres y las sociedades sin tener en cuenta la primacía de Dios y ni siquiera la existencia de Dios en relación con la vida humana; por eso esta ética desnuda y privada de Dios resulta un puro formalismo prácticamente inútil, porque es antinatural.
El liberalismo capitalista salvaje, del
que aún hemos de hablar, es también anticristiano, porque su horizonte, también
privado de Dios, es la injusticia; y la injusticia es el pecado social contra
el hombre en cuanto reflejo de Dios. Lo que pasa es que en las sociedades
liberales y capitalistas ese carácter salvaje se puede corregir y de hecho se
corrige con reformas de alcance humano, dictadas por motivos y criterios éticos
y morales, que no caben en el horizonte marxista.
Las dos perversiones básicas del siglo XX,
capaces de aniquilar toda idea y comportamiento moral, han sido estas dos
variantes del ateísmo, la marxista y la liberal-salvaje. Ni que decir tiene que
se les debe añadir la vía del totalitarismo fascista, que pone en manos del
Estado y la voluntad arbitraria que lo rige la norma absoluta, que es
incompatible con la norma moral. Estas perversiones de la moral afectan a la
sociedad, pera tienen su origen en el sistema político, es decir, en la
configuración del Estado.
Las perversiones de origen social son igualmente
nefastas, aunque no ataquen directa, sino indirectamente a la primacía divina
sobre la sociedad. He querido citar antes a las de origen político, porque se
dirigen a la degradación de la sociedad a través de un cauce único y
difícilmente resistible.
Las perversiones para la corrupción de la
sociedad pueden provenir también del Estado y el poder político, como en el
caso de la permisividad o fomento del aborto, que es un crimen permanente
contra la Humanidad, de cuya responsabilidad quiere muchas veces eximirse el
Estado al decirnos que se limita a sancionar positivamente una exigencia de la
libertad social. Esto no es más que un sofisma, que se aplica de hecho a la
eutanasia, otra forma de atentar contra la vida y a la eugenesia, que es un
método refinado de racismo.
Las peores corrupciones de la sociedad
contemporánea, que terminaron con las civilizaciones de Grecia y de Roma, son
las que atentan contra las instituciones naturales de la sociedad, entre ellas
la familia. Estas perversiones se relacionan directamente con el comportamiento
sexual, por el que no he querido empezar este resumen para evitar cualquier
acusación justificada de obsesión sexual en el campo de la moral. Esta
perversión no se ha desarrollado por casualidad ni por inercia; responde,
evidentemente, a una tendencia programada con el determinado fin de destruir a
la idea y la realidad cristiana de la familia. Los precursores fueron, a la luz
de la Historia, los libertinos alentados por los enciclopedistas del siglo
XVIII, cuyo animador máximo en este terreno fue nada menos que Benjamín
Franklin, libertino famoso que se inició en la misma logia masónica que
Voltaire, las Nueve hermanas, en París. Debemos al profesor Juan Velarde un
penetrante ensayo sobre el libertinaje y los inicios del capitalismo Ediciones
Pirámide). Un clásico del libertinaje naciente, Les liaisons dangereu-ses, de
Cholderlos de Lacios, se ha reeditado y fomentado con gran profusión hace
algunos años, y transformado además en una película de gran empeño.
El gran poeta británico Percy Bysse
Shelley y su amigo, el no menos famoso, lord Byron pusieron de moda todos los
excesos del libertinaje en la Inglaterra romántica del siglo XIX. Su segunda
esposa, Mary Shelley, es la creadora del monstruoso Frankestein durante una
estancia de la pareja con Byron junto al lago de Ginebra. Shelley destruyó a su
familia, abandonó a sus hijos, vivió de la estafa y la vagancia, pero pretendió
erigirse en supremo orientador moral de la Humanidad. Se perdió voluntariamente
en una tempestad mar adentro ninto a las costas italianas.
Sin embargo, estos ejemplos expansivos de
perversión temporal que se advierten en los siglos xvm y XIX se elevaron a
teoría durante el siglo XX gradas a Wilhelm Reich, durante su búsqueda de una
síntesis entre marxismo y psicoanálisis, sobre el que he incluido un estudio
breve en mi libro, ya citado, Las Puertas del Infierno. Reich nació en la
Galitzia austríaca en 1897, en una familia judía e increyente del campo. Su
madre adulteraba delante casi de él con el preceptor del joven, que huye de su
infierno doméstico y tras no pocas aventuras se incorpora a la escuela
psicoanalítica de Freud y al partido comunista. Su objetivo es incorporar una
liberación sexual absoluta a la praxis del socialismo marxista. Su obra más
importante, La liberación sexual, se ha publicado en España (Planeta, 1985). En
ella nos dice que el origen de la represión sexual y la angustia que produce es
el capitalismo; por lo que la total liberación sexual es la mejor arma contra
ese capitalismo. Pero ante tamaños dislates, el partido comunista le expulsó en
1934. Entonces descubrió una energía sexual cósmica de color azul a la que
llamó «orgón» y emigró a los Estados Unidos para vender la receta. Los
americanos no alcanzaban el extraño sentido del humor de Reich y le metieron en
la cárcel donde murió. Sin embargo, sus raras doctrinas pasaron a dos miembros
de la escuela socialista de Frankfurt, Erich Fromm y Herbert Marcuse, a través
de los que Reich se convirtió en inspirador sexual de la Internacional
Socialista.
Es fuente de ideas para el líder
socialista español Alfonso Guerra, y se nota en el famoso Programa 2000 del que
algo vamos a decir.
En la segunda mitad del siglo XX, la
permisividad sexual absoluta, soñada y propuesta por Reich, se ha impuesto a la
sociedad mundial a través del cine y la televisión. Ha conseguido cambiar la
legislación de los Estados gracias al dogma de la «libertad sexual», a través
del cual se ha despenalizado el adulterio, se ha permitido no solamente la
homosexualidad abierta, sino su exaltación, se han generalizado las relaciones
sexuales pre y extramatrimoniales.
Nota: Reich se torna en profeta del proceso revolucionario del siglo XXI
cuando afirma en el punto segundo de la plataforma de la SEXPOL: Reclamaba la
"abolición de las leyes contra el aborto y la homosexualidad", además
del uso libre de los anticonceptivos. Ahí estaba el meollo de su
"conciencia de clase" y de su consiguiente adhesión al leninismo.